lunes, 25 de noviembre de 2013

Relato #01


-               ¡Ábrete, maldita sea! ¡Ábrete de una puñetera vez!
Pero la puerta no se abría. Puse todas mis fuerzas, las pocas que me quedaban, en intentar abrirla. Una luz brillante pasaba por debajo de la puerta y tuve la necesidad de gritar, tenía que gritar para poder librarme de aquella pesadilla, pero la voz no llegaba, puse toda mi fuerza en que el más mínimo grito saliese de mi boca. Pero los pulmones me quemaban, al igual que mi tobillo, y volví a vomitar una tercera vez. Intentaba gritar, entonces Dani me arrastró hacia él y me empezó a zarandear, cada vez con más fuerza y con los ojos llenos de furia. Entonces empecé a oír la voz de Niko.
-          ¡Emma! ¡Emma! ¡Despierta, por favor!
-          ¡Niko! ¿Dónde estás?
Entonces mis ojos se abrieron. Estaba en la cama, con el pijama empapado en sudor. Niko me abrazó como cada vez que me despertaba cuando me pasaba esto.
-          Ya pasó, Emma. Estoy aquí.
Llevo semanas en las que al dormir tengo, una y otra vez, la misma pesadilla, pero de manera distinta, y es que aunque aparentemente estoy bien, aquella noche en la que buscando a Carlota acabe con una pistola presionando mi cabeza, no se borra de mi mente.
-          Te traeré agua – dijo Niko
-          No, por favor, no te vayas – susurré hundiendo mi cabeza en su hombro
Y así pasamos el resto de la noche, abrazados el uno al otro, como cada día, hasta que me quedé dormida en sus brazos sabiendo que por muy mala que fuera la pesadilla, estando a su lado no me pasaría nada.

Al despertarme fui hacia la cocina para poder desayunar algo, aunque no me entrase nada. Cuando pasé el umbral de la puerta, allí estaba Niko sentado al lado de la mesa leyendo el periódico, pero debió oírme porque enseguida lo dejó encima de la mesa, se acercó, me cogió la cara con sus cálidas y suaves manos y me besó con delicadeza. Un beso que significaba “siempre estaré aquí”.
Mi madre se había ido con Roberto a pasar el fin de semana en Barcelona, querían que me fuese con ellos, pero yo no quería estropearles un fin de semana a solas después de que hubiesen estado tan pendientes de mí tras lo ocurrido. Niko se apartó y vi que había preparado mi desayuno preferido: tortitas con nata y sirope de chocolate, café y una rosa encima del mantel. 
-          Hoy he preparado un día para nosotros dos – comentó Niko cuando nos sentamos.
-          Me parece bien – respondí dando un sorbo a mi café
Empezamos a comer las tortitas, que parecía que no se acababan nunca, con risas entre sorbo y sorbo de café, lo que me hizo olvidar la mala noche que había pasado. Niko era así, siempre dispuesto a sacarme una sonrisa en los peores momentos. Entonces empezó a sonar el teléfono.
-          Ya voy yo – dije levantándome de la silla.
-          Como desees.
Le miré a los ojos que le brillaban más que el Sol y le di un corto beso en los labios. Fui corriendo hacia el salón y descolgué el teléfono.
-          ¿Diga?
Se oían ruidos,  gente hablar de fondo y los dedos teclear en un ordenador.
-          ¿Diga? – volví a preguntar.
Parecía que alguien se colocaba el teléfono de forma que pudiese hacer dos cosas a la vez y  entonces una voz femenina y clara habló a través de la línea del teléfono.
-          Buenos días, ¿Está Emma?
-          Sí, soy yo ¿quién es?
-          Soy Laura Herrero, del periódico La Palabra. Llamaba por el caso del Asesino del Rosario.
Por un segundo se me helaron las venas. ¿Qué querían ahora? Yo, que todavía seguía intentando dormir por las noches. En casa no se hablaba de ese tema, y si lo hacían, yo nunca estaba presente. Por eso cuando oí esas palabras se me cortó la respiración y tardé en darme cuenta que necesitaba expulsar el aire. Niko estaba en el umbral de la puerta y parecía extrañado por la expresión de mi cara.
-          Eh… eh… - empecé a tartamudear - ¿Qué… qui…quiere?
-          Pues mire, quería hacerle una entrevista sobre el caso. ¿Qué me dice?
Se hizo el silencio. No sabía que contestar, era un tema del que no me resultaba agradable hablar.
-          Eh… - Laura rompió el silencio – Perdone, no quería importunarla ni molestarla. Creo que he sido demasiado directa, perdone, pero si se lo piensa sólo tiene que llamarme.
-          Vale… - contesté
-          Buenos días
-          Buenos días
Laura colgó y yo mientras me quedé con el teléfono en la mano mirando a la nada. Entonces noté que unos brazos me abrazaban. Me giré y vi a Niko con cara de preocupación, con una mirada supo que lo único que quería era un abrazo suyo que durase eternamente.
                        
*                *                 *
Después de estar gran parte de la mañana abrazados, Niko propuso salir a dar una vuelta. Aunque hacía muchísimo frío, acepté la propuesta, me abrigué y salimos.
Paseamos sin rumbo durante dos horas hablando de viajes, películas que ver, planes… hasta que encontramos un puesto que olía a churros recién hechos y no pudimos resistirnos a pedir media docena. Mientras esperábamos a que los prepararan miré a Niko y vi en sus ojos que estaba impaciente por preguntarlo.
-          Dilo.
-          ¿Qué?
-          Que preguntes eso que tienes tantas ganas de preguntar.
-          No hace falta, Emma.
-          Te conozco demasiado, Niko. Quieres saberlo. No me importa, es normal.
-          Eh… - se notaba que Niko estaba dudando si decirlo o no - ¿quién era? – preguntó por fin.
-          Era una periodista del periódico La Palabra.
Niko frunció el ceño y se giró para coger los churros y pagar.
-          ¿Y qué quería? – preguntó mordiendo uno de los churros.
-          Hacerme una entrevista – contesté cogiendo el churro que me ofrecía.
-          ¿Y lo vas a hacer? – preguntó con más curiosidad que en las anteriores preguntas.
Se hizo el silencio. No sabía qué contestar; bueno, sí lo sabía, no quería hacerlo porque era un tema que todavía me seguía afectando demasiado, pero tampoco pongo pegas a que la gente sepa lo que pasó,  por mucho que me duela.
-          No – dije finalmente mirándole a los ojos y se dio cuenta de que no quería seguir hablando del tema.
Continuamos andando de vuelta a casa, comiendo los churros y sin cruzar muchas palabras.

Después de comer nos acercamos a casa de papá para pasar la tarde con él, con Ana y con la pequeña Carlota.
-          ¿Qué tal la semana? – preguntó papá mientras Ana ponía en la mesa un plato de galletas de las que tanto me gustan
-          Bien – respondí mientras hacía una trenza a Carlota que se había sentado en mis rodillas.
Nos quedamos callados, pero Niko comenzó la conversación que no quería que empezara.
-          El periódico La Palabra ha llamado esta mañana para hacer una entrevista.
-          ¿Qué? – preguntó Ana con los ojos como platos.
-          Por lo del Asesino del Rosario – respondió y no pude echarle una mirada con  algo de enfado.
-          Sí, pero no la voy a hacer – dije rápidamente.
-          ¿Por qué? – pregunto papá.
-          No sé, es un tema del que me cuesta hablar y todavía no lo he superado. Además ¿a quién le importa?
-          A lo mejor no lo sabes y lo que realmente necesitas es contar de una manera u otra todo lo que pasó – sugirió Ana.
-          Puede o puede que no.
Pasó el resto de la tarde y nos quedamos a cenar el quiche que había preparado Ana. Cuando se hizo tarde nos montamos en el coche para volver a casa. Puse la radio y empezó a sonar Count On Me de Bruno Mars, pero después de unos segundos Niko cortó la radio.
-          Emma, ¿qué te pasa? – preguntó mirándome a los ojos.
-          No me pasa nada.
-          ¡Ah! ¿sí? Pues yo no diría lo mismo. Estas muy rara, desde que llamaron los del periódico, me has esquivado un par de veces, ¿qué pasa?
No pude más y todo lo que me pasaba, aunque no supiese exactamente el qué, lo descargué en su hombro con cada lágrima derramada. Niko me rodeó con sus cálidos brazos y sólo pude seguir  llorando. Niko siempre estaba ahí, aún cuando no pasaba nada, él sabía que pasaba algo.
-          No… puedo… más, no me… deja respirar – dije entrecortadamente – No sé qué hacer, ¿debería contarlo y soltarlo de una vez o seguir estando así por aquella noche?
-          Emma, haz lo que creas, yo siempre estaré aquí para apoyarte – contestó Niko cogiendo mi cara entre sus manos – A lo mejor contarlo a un público tan grande es demasiado, pero tienes que soltarlo. Contárnoslo a nosotros ya no te basta.
Pasamos cinco minutos abrazados hasta que finalmente decidimos volver a casa.

A la mañana siguiente, me desperté y sin hacer ruido fui hacia el teléfono y marqué el número. Un par de segundos después contestó.
-          ¿Diga?
-          Hola, Laura, soy Emma, haré la entrevista.

Aquella misma tarde me presenté en el edificio del periódico La Palabra con las indicaciones que me había dado Laura esa mañana. Iba a preguntar en recepción, pero ella ya estaba esperándome. Me llevó a una salita acristalada en la que entraba mucha luz y se veía la ciudad. En ella había dos sofás negros, uno frente a otro, donde nos sentamos.
-          Bueno, primero de todo, muchas gracias por acceder finalmente – comenzó- Si le molesta alguna pregunta o algo de lo que diga, por favor, hágamelo saber.
-          Pues, por favor, no me hables de usted – respondí.
-          De acuerdo – dijo con una media sonrisa – Comencemos.
Entonces Laura puso en marcha una pequeña grabadora y comenzó a escribir en un cuaderno que llevaba en la mano.
-          Gracias a los medios, ya conocemos detalles de la historia. Por eso te quería preguntar ¿qué fue lo que sentiste al salir de aquella casa en la que estabas secuestrada? – comenzó.
Yo respondí con toda sinceridad.
-          En aquel momento sentí alivio al haber podido escapar de aquel sitio, pero sabía que, aunque estuviese la policía, todavía no estaba todo solucionado, mi secuestrador seguía detrás de mí. Tenía muchísimo miedo, porque en cualquier momento, Dani podía presionar el gatillo de la pistola que estaba apoyada contra mi cabeza, pero aun así seguí luchando contra mi propio miedo por lo mismo por lo que había conseguido escapar de aquella casa, por mi familia, mi padre, mi madre, Niko, Carlota…
Soltar esto me hizo más bien del que pensaba. Aunque no fuese una de las cosas más duras de aquella experiencia, soltarlo me sentó muy bien.
Conforme avanzaba el tiempo, se sucedían las preguntas, unas más dolorosas que otras, con mis enormes respuestas, cosa que no molestó en absoluto a Laura, más bien lo agradecía. A partir de la tercera pregunta el ambiente se fue relajando y sabía que podía confiar en aquella periodista.
Al cabo de tres horas y media la entrevista terminó y Laura parecía bastante satisfecha de su trabajo, lo que ella no sabía era que a mí  me había quitado un peso de encima al poder hablar con alguien de todo lo ocurrido ese verano de manera informal y hasta amigable.
-          Muchas gracias – dijo Laura abriéndome la puerta.
-          Gracias a ti – dije con una sonrisa.
Estaba dispuesta a montarme en el ascensor cuando Laura dijo:
-          Podrás ver la entrevista el jueves en el periódico.
Entonces me di cuenta. No me acordaba de que aquello era para que finalmente saliese en el periódico; por un momento pensé que era como un psicólogo improvisado. Mi mente empezó a dar vueltas, ¿qué había hecho? Pero en el trayecto del ascensor que iba de la planta en la que estaba, hasta la planta que daba a la calle, donde me esperaba Niko, me di cuenta de que si me había sentado tan bien contárselo a una desconocida, ¿Qué importaba que se enterase el resto de la gente? Ahora no me resultaría tan difícil hablar de la estudiante de criminología que se vio cara a cara con la muerte. Seguiría resultando duro, quizá nunca desaparezcan las pesadillas, pero podría vivir sin mantenerme aislada de las personas que me importaban porque ya no me resultaría tan difícil hablar de un tema que quizá conozca toda España.
Entonces vi a Niko apoyado en el coche y no pude evitar lanzarme a sus brazos.
-          Gracias – le susurré al oído mientras hundía mi cabeza en su hombro.
-          ¿A dónde vamos? – preguntó metiéndose en el coche.
Entonces yo no pude resistir decir la frase de la película La Isla:
-          Yo sólo quiero vivir, el cómo no importa.
Y en nuestras caras volvió a aparecer la sonrisa que tanto extrañaba mientras nos alejábamos, no sé hacia dónde, cantando Hakuna Matata.
 Relato escrito por Elena Calderón.