- ¡Ábrete, maldita sea! ¡Ábrete de una
puñetera vez!
Pero la puerta no se abría. Puse todas mis fuerzas,
las pocas que me quedaban, en intentar abrirla. Una luz brillante pasaba por
debajo de la puerta y tuve la necesidad de gritar, tenía que gritar para poder
librarme de aquella pesadilla, pero la voz no llegaba, puse toda mi fuerza en
que el más mínimo grito saliese de mi boca. Pero los pulmones me quemaban, al
igual que mi tobillo, y volví a vomitar una tercera vez. Intentaba gritar,
entonces Dani me arrastró hacia él y me empezó a zarandear, cada vez con más
fuerza y con los ojos llenos de furia. Entonces empecé a oír la voz de Niko.
-
¡Emma! ¡Emma! ¡Despierta, por favor!
-
¡Niko! ¿Dónde estás?
Entonces mis ojos se abrieron. Estaba en la cama,
con el pijama empapado en sudor. Niko me abrazó como cada vez que me despertaba
cuando me pasaba esto.
-
Ya pasó, Emma. Estoy aquí.
Llevo semanas en las que al dormir tengo, una y otra
vez, la misma pesadilla, pero de manera distinta, y es que aunque aparentemente
estoy bien, aquella noche en la que buscando a Carlota acabe con una pistola
presionando mi cabeza, no se borra de mi mente.
-
Te traeré agua – dijo Niko
-
No, por favor, no te vayas – susurré
hundiendo mi cabeza en su hombro
Y así pasamos el resto de la noche, abrazados el uno
al otro, como cada día, hasta que me quedé dormida en sus brazos sabiendo que
por muy mala que fuera la pesadilla, estando a su lado no me pasaría nada.
Al despertarme fui hacia la cocina para poder
desayunar algo, aunque no me entrase nada. Cuando pasé el umbral de la puerta,
allí estaba Niko sentado al lado de la mesa leyendo el periódico, pero debió
oírme porque enseguida lo dejó encima de la mesa, se acercó, me cogió la cara
con sus cálidas y suaves manos y me besó con delicadeza. Un beso que
significaba “siempre estaré aquí”.
Mi madre se había ido con Roberto a pasar el fin de
semana en Barcelona, querían que me fuese con ellos, pero yo no quería
estropearles un fin de semana a solas después de que hubiesen estado tan
pendientes de mí tras lo ocurrido. Niko se apartó y vi que había preparado mi
desayuno preferido: tortitas con nata y sirope de chocolate, café y una rosa
encima del mantel.
-
Hoy he preparado un día para nosotros
dos – comentó Niko cuando nos sentamos.
-
Me parece bien – respondí dando un sorbo
a mi café
Empezamos a comer las tortitas, que parecía que no
se acababan nunca, con risas entre sorbo y sorbo de café, lo que me hizo
olvidar la mala noche que había pasado. Niko era así, siempre dispuesto a
sacarme una sonrisa en los peores momentos. Entonces empezó a sonar el
teléfono.
-
Ya voy yo – dije levantándome de la
silla.
-
Como desees.
Le miré a los ojos que le brillaban más que el Sol y
le di un corto beso en los labios. Fui corriendo hacia el salón y descolgué el
teléfono.
-
¿Diga?
Se oían ruidos, gente hablar de fondo y los dedos teclear en
un ordenador.
-
¿Diga? – volví a preguntar.
Parecía que alguien se colocaba el teléfono de forma
que pudiese hacer dos cosas a la vez y entonces una voz femenina y clara habló a
través de la línea del teléfono.
-
Buenos días, ¿Está Emma?
-
Sí, soy yo ¿quién es?
-
Soy Laura Herrero, del periódico La
Palabra. Llamaba por el caso del Asesino del Rosario.
Por un segundo se me helaron las venas. ¿Qué querían
ahora? Yo, que todavía seguía intentando dormir por las noches. En casa no se
hablaba de ese tema, y si lo hacían, yo nunca estaba presente. Por eso cuando
oí esas palabras se me cortó la respiración y tardé en darme cuenta que
necesitaba expulsar el aire. Niko estaba en el umbral de la puerta y parecía extrañado
por la expresión de mi cara.
-
Eh… eh… - empecé a tartamudear - ¿Qué…
qui…quiere?
-
Pues mire, quería hacerle una entrevista
sobre el caso. ¿Qué me dice?
Se hizo el silencio. No sabía que contestar, era un
tema del que no me resultaba agradable hablar.
-
Eh… - Laura rompió el silencio –
Perdone, no quería importunarla ni molestarla. Creo que he sido demasiado
directa, perdone, pero si se lo piensa sólo tiene que llamarme.
-
Vale… - contesté
-
Buenos días
-
Buenos días
Laura colgó y yo mientras me quedé con el teléfono
en la mano mirando a la nada. Entonces noté que unos brazos me abrazaban. Me
giré y vi a Niko con cara de preocupación, con una mirada supo que lo único que
quería era un abrazo suyo que durase eternamente.
*
* *
Después de estar gran parte de la mañana abrazados,
Niko propuso salir a dar una vuelta. Aunque hacía muchísimo frío, acepté la
propuesta, me abrigué y salimos.
Paseamos sin rumbo durante dos horas hablando de
viajes, películas que ver, planes… hasta que encontramos un puesto que olía a
churros recién hechos y no pudimos resistirnos a pedir media docena. Mientras
esperábamos a que los prepararan miré a Niko y vi en sus ojos que estaba
impaciente por preguntarlo.
-
Dilo.
-
¿Qué?
-
Que preguntes eso que tienes tantas
ganas de preguntar.
-
No hace falta, Emma.
-
Te conozco demasiado, Niko. Quieres
saberlo. No me importa, es normal.
-
Eh… - se notaba que Niko estaba dudando
si decirlo o no - ¿quién era? – preguntó por fin.
-
Era una periodista del periódico La
Palabra.
Niko frunció el ceño y se giró para coger los
churros y pagar.
-
¿Y qué quería? – preguntó mordiendo uno
de los churros.
-
Hacerme una entrevista – contesté
cogiendo el churro que me ofrecía.
-
¿Y lo vas a hacer? – preguntó con más
curiosidad que en las anteriores preguntas.
Se hizo el silencio. No sabía qué contestar; bueno,
sí lo sabía, no quería hacerlo porque era un tema que todavía me seguía
afectando demasiado, pero tampoco pongo pegas a que la gente sepa lo que pasó, por mucho que me duela.
-
No – dije finalmente mirándole a los
ojos y se dio cuenta de que no quería seguir hablando del tema.
Continuamos andando de vuelta a casa, comiendo los
churros y sin cruzar muchas palabras.
Después de comer nos acercamos a casa de papá para
pasar la tarde con él, con Ana y con la pequeña Carlota.
-
¿Qué tal la semana? – preguntó papá
mientras Ana ponía en la mesa un plato de galletas de las que tanto me gustan
-
Bien – respondí mientras hacía una
trenza a Carlota que se había sentado en mis rodillas.
Nos quedamos callados, pero Niko comenzó la
conversación que no quería que empezara.
-
El periódico La Palabra ha llamado esta
mañana para hacer una entrevista.
-
¿Qué? – preguntó Ana con los ojos como
platos.
-
Por lo del Asesino del Rosario –
respondió y no pude echarle una mirada con algo de enfado.
-
Sí, pero no la voy a hacer – dije
rápidamente.
-
¿Por qué? – pregunto papá.
-
No sé, es un tema del que me cuesta
hablar y todavía no lo he superado. Además ¿a quién le importa?
-
A lo mejor no lo sabes y lo que
realmente necesitas es contar de una manera u otra todo lo que pasó – sugirió
Ana.
-
Puede o puede que no.
Pasó el resto de la tarde y nos quedamos a cenar el
quiche que había preparado Ana. Cuando se hizo tarde nos montamos en el coche
para volver a casa. Puse la radio y empezó a sonar Count On Me de Bruno Mars,
pero después de unos segundos Niko cortó la radio.
-
Emma, ¿qué te pasa? – preguntó mirándome
a los ojos.
-
No me pasa nada.
-
¡Ah! ¿sí? Pues yo no diría lo mismo.
Estas muy rara, desde que llamaron los del periódico, me has esquivado un par
de veces, ¿qué pasa?
No
pude más y todo lo que me pasaba, aunque no supiese exactamente el qué, lo
descargué en su hombro con cada lágrima derramada. Niko me rodeó con sus
cálidos brazos y sólo pude seguir
llorando. Niko siempre estaba ahí, aún cuando no pasaba nada, él sabía
que pasaba algo.
-
No… puedo… más, no me… deja respirar –
dije entrecortadamente – No sé qué hacer, ¿debería contarlo y soltarlo de una
vez o seguir estando así por aquella noche?
-
Emma, haz lo que creas, yo siempre
estaré aquí para apoyarte – contestó Niko cogiendo mi cara entre sus manos – A
lo mejor contarlo a un público tan grande es demasiado, pero tienes que
soltarlo. Contárnoslo a nosotros ya no te basta.
Pasamos cinco minutos abrazados hasta que finalmente
decidimos volver a casa.
A la mañana siguiente, me desperté y sin hacer ruido
fui hacia el teléfono y marqué el número. Un par de segundos después contestó.
-
¿Diga?
-
Hola, Laura, soy Emma, haré la
entrevista.
Aquella misma tarde me presenté en el edificio del
periódico La Palabra con las indicaciones que me había dado Laura esa mañana.
Iba a preguntar en recepción, pero ella ya estaba esperándome. Me llevó a una
salita acristalada en la que entraba mucha luz y se veía la ciudad. En ella
había dos sofás negros, uno frente a otro, donde nos sentamos.
-
Bueno, primero de todo, muchas gracias
por acceder finalmente – comenzó- Si le molesta alguna pregunta o algo de lo que
diga, por favor, hágamelo saber.
-
Pues, por favor, no me hables de usted –
respondí.
-
De acuerdo – dijo con una media sonrisa
– Comencemos.
Entonces Laura puso en marcha una pequeña grabadora
y comenzó a escribir en un cuaderno que llevaba en la mano.
-
Gracias a los medios, ya conocemos
detalles de la historia. Por eso te quería preguntar ¿qué fue lo que sentiste
al salir de aquella casa en la que estabas secuestrada? – comenzó.
Yo respondí con toda sinceridad.
-
En aquel momento sentí alivio al haber
podido escapar de aquel sitio, pero sabía que, aunque estuviese la policía,
todavía no estaba todo solucionado, mi secuestrador seguía detrás de mí. Tenía
muchísimo miedo, porque en cualquier momento, Dani podía presionar el gatillo
de la pistola que estaba apoyada contra mi cabeza, pero aun así seguí luchando
contra mi propio miedo por lo mismo por lo que había conseguido escapar de
aquella casa, por mi familia, mi padre, mi madre, Niko, Carlota…
Soltar esto me hizo más bien del que pensaba. Aunque
no fuese una de las cosas más duras de aquella experiencia, soltarlo me sentó
muy bien.
Conforme avanzaba el tiempo, se sucedían las
preguntas, unas más dolorosas que otras, con mis enormes respuestas, cosa que
no molestó en absoluto a Laura, más bien lo agradecía. A partir de la tercera
pregunta el ambiente se fue relajando y sabía que podía confiar en aquella
periodista.
Al cabo de tres horas y media la entrevista terminó
y Laura parecía bastante satisfecha de su trabajo, lo que ella no sabía era que
a mí me había quitado un peso de encima
al poder hablar con alguien de todo lo ocurrido ese verano de manera informal y
hasta amigable.
-
Muchas gracias – dijo Laura abriéndome
la puerta.
-
Gracias a ti – dije con una sonrisa.
Estaba dispuesta a montarme en el ascensor cuando
Laura dijo:
-
Podrás ver la entrevista el jueves en el
periódico.
Entonces me di cuenta. No me acordaba de que aquello
era para que finalmente saliese en el periódico; por un momento pensé que era
como un psicólogo improvisado. Mi mente empezó a dar vueltas, ¿qué había hecho?
Pero en el trayecto del ascensor que iba de la planta en la que estaba, hasta
la planta que daba a la calle, donde me esperaba Niko, me di cuenta de que si
me había sentado tan bien contárselo a una desconocida, ¿Qué importaba que se
enterase el resto de la gente? Ahora no me resultaría tan difícil hablar de la
estudiante de criminología que se vio cara a cara con la muerte. Seguiría
resultando duro, quizá nunca desaparezcan las pesadillas, pero podría vivir sin
mantenerme aislada de las personas que me importaban porque ya no me resultaría
tan difícil hablar de un tema que quizá conozca toda España.
Entonces vi a Niko apoyado en el coche y no pude
evitar lanzarme a sus brazos.
-
Gracias – le susurré al oído mientras
hundía mi cabeza en su hombro.
-
¿A dónde vamos? – preguntó metiéndose en
el coche.
Entonces yo no pude resistir decir la frase de la
película La Isla:
-
Yo sólo quiero vivir, el cómo no importa.
Y en nuestras caras volvió a aparecer la sonrisa que
tanto extrañaba mientras nos alejábamos, no sé hacia dónde, cantando Hakuna
Matata.
Relato escrito por Elena Calderón.